miércoles, 18 de junio de 2008

En un mundo perfecto...

Tiene el pelo negro como el mismo carbón que se esconde en las entrañas de mi tierra astur. Los ojos bañados en un intenso marrón que hipnotiza cuando te miran. Su tez morena le da un toque exótico a ese cuerpo esculpido a base de curvas vertiginosas. Es atractiva pero discreta. Es hermosa pero le encanta disimularlo. Cuando mueve la cabeza y su pelo baila con el viento, el tiempo se ralentiza y mi mundo empieza a moverse a cámara lenta. Su piel desprende cierto aroma a sur y esconde un ligero sabor a salitre. Qué puedo decir de ese dulce acento porteño que heredó de la tierra que vio nacer a Borges. Cuando sonríe, te regala el mundo. Hace que te sientas invencible, inmortal. Eterno.

Su manera de caminar me hace perder la poca cordura que me queda. Recuerdo ahora la primera vez que la vi. Bailaba despacio pero con ritmo en un rincón de un pub que yo visitaba por primera vez. Allí estaba rodeada de sus amigas quienes conscientes de su atracción sobre los hombres lucían sus mejores galas. Sin embargo, ella vestía sencilla sin el menor atisbo de maquillaje en su rostro. Engañado por la escasa claridad y envalentonado por el ron me acerqué a ella como depredador que ataca a su presa convencido de salir victorioso. Cuando la luz de un foco descubrió su rostro ya era tarde para tocar retirada. Justo en ese momento, a diez centímetros de su cuerpo, me sentí pequeño. Minúsculo. Vencido. La presa resultó ser un lobo disfrazado de cordero que estaba a punto de devorar al confiado y presuntuoso depredador, o sea, a mi. Pensé que de perdidos al río y le solté una de esas típicas frases absurdas que los tíos empleamos para ligar o mejor dicho, para hacer el ridículo. No recuerdo muy bien cuales fueron mis palabras. O tal vez no quiera acordarme. El caso es que aquella noche Dios estaba en mi equipo y por eso media hora más tarde de aquel encuentro acelerado ella y yo compartíamos un fernet en la barra de aquel pub. En aquel rincón apartado de la multitud que bailaba y cantaba canciones de los 80 nos confesamos nuestras vidas. Le dije que no podía creerme que estuviera a mi lado y ella me dijo que no podía creerse que fuera tan pelotudo. Entonces, sucedió. Y desde aquella noche esta historia nos ha traído jugando a eso que llaman amor hasta el día de hoy. De un lado para otro, de acá para allá. Entre tardes de cielo anaranjado y noches en vela. Entre amaneceres llenos de bostezos y mañanas apáticas. Entre versos de Sabina y escenas de Darín. Entre cenas románticas y desayunos con mate. Pasado un tiempo me confesó que aquella noche cuando me vio acercarme hacía ella con paso torpe pensó que yo era el típico baboso que acecha a todas las mujeres del bar hasta que una cae en sus redes. Insisto, Dios aquella noche estaba conmigo.

La quiero. Lo confieso. Y la quiero porque conoce los rincones más profundos de mi ser. Conoce mis miedos, mis temores, mis defectos, mis pecados. Y aún así, me quiere y me acepta tal como soy. Hace mucho tiempo comprendí que no hay amor si no hay respeto. Y ella me respeta. A mí y a todo mi universo. Un universo donde no solo vive ella. Un universo en el que habitan también mi familia, mis viejos amigos, mi fútbol y mi pequeño paraíso. Sabe que no la cambiaría por nadie pero también sabe que todo mi tiempo y esfuerzo no son solo para ella. Si me arrebata alguna parte de mi mundo ya no seré yo al que ame. Será un tipo muy distinto del que ella se enamoró una noche de primavera. La quiero porque no es como las demás. Y no lo digo solo desde la devoción o debilidad sino también desde la experiencia propia y ajena. Con el paso del tiempo entendió que si apretaba la correa más de lo necesario yo saldría corriendo para no volver. Acordamos no pronunciar palabras como nunca, siempre o jamás. Acordamos también ceder siempre a partes iguales para que la balanza no siempre callera del mismo lado. Por todo eso y más, la quiero.

En un mundo perfecto el Tibet sería libre y no habría ni una maldita guerra en este mundo. En un mundo perfecto… ella sería real. Por desgracia este mundo se aleja bastante de la perfección. Los monjes tibetanos se temen lo peor, miles de personas siguen muriendo con un fusil en las manos y ella… no existe. Solo es un producto de mi imaginación. Una fantasía que aparece en determinados momentos de mi vida como las aburridas tardes de sábado o algunas frías noches de viernes. Un sueño que pido a gritos cuando me siento solo, cuando mis amigos me abandonan, cuando nadie me entiende. Al final siempre acabo rindiéndome a la puta realidad. Esa que dice que la palabra relación es sinónimo no solo de respeto, amor y placer sino también de renuncia, olvido y rendición. Alguien dijo: "quien bien te quiere, te hará llorar". Probablemente fue la misma persona que afirmó que la sarna con gusto no pica.

Avilés, una tarde lluviosa de Marzo de 2008

1 comentario:

Maria dijo...

Ella existe, quizá no te encontró, quizá la tienes delante y no la viste, quizá anda en un pequeño pozo, cuando salga seguro te encuentra, que no te busca, que buscando nunca se encuentra...
Bueno... Tibet Libre!