Hay una película. Blade Runner. Es una de esas películas con la etiqueta de Imprescindible para frikies. Películas como Star Trek, La Guerra de las Galaxias o El Señor de los Anillos forman también parte de ese grupo. Debo confesar que no he visto la mayor parte de ellas. Soy un informático atípico, lo sé. Pero con Blade Runner hice una excepción. Más bien tres o cuatro, tantas como veces la he visto. Nominada en su día a dos Oscar, Blade Runner se ha convertido con el tiempo en un clásico de la ciencia ficción. La película, dirigida por Ridley Scott y basada en la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, relata un futuro (año 2019) en el que los seres fabricados a través de ingeniería genética, denominados replicantes, son empleados como esclavos en trabajos peligrosos y arriesgados. En un momento cumbre del largometraje, el replicante interpretado por Ruger Hauer pronuncia unas palabras que ahora quiero recordar...
"He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir..."
Brillante actuación pero debo discrepar. Totalmente. No todo está perdido. Nos queda la memoria. Los recuerdos imborrables. Alguien dijo alguna vez que "un hombre nunca estará solo si en su mente habitan buenos recuerdos". Matanza de los Oteros es para mí, además de mi pequeño paraíso, un almacén de historias. Como ese desván donde apilas cosas y cosas de las que nunca te quieres desprender. Como ese baúl donde guardas con cariño y nostalgia la última carta que ella te escribió, una vieja foto con tus amigos añejos cuando aún quedaban retazos de inocencia o aquella pinza del pelo que un día ella te regaló. En cada rincón de mi pueblo encuentro un retal de mi pasado, un trocito de mi vida. No, no todo está perdido. Puede que aquel buen ambiente de antaño ya no exista. Puede que la ilusión se haya ido de la mano de la cordialidad y fraternidad. Puede que los necios insistan en politizar todo. Puede que el ansia de poder envenene el ambiente. Puede ser. Pero lo que nunca podrán quitarnos son los recuerdos. Porque son nuestros. Muy nuestros. Solo nuestros. Recuerdos de una época en que fuimos libres, grandes... ¡eternos!. Aquella época en la que a los niños le gustaban las niñas y en la que jugábamos a fútbol día y noche. Todo lo que hemos vivido nos ha unido para siempre.
Cada uno tiene sus recuerdos. Puede que los tuyos sean distintos a los míos. O no. Quien sabe. Eso es lo de menos. ¿Sabéis que es lo mejor de todo? ¿Lo que realmente importa? Que cada uno de vosotros aparecéis en los míos. Que todos aparecen en los de todos. Que yo aparezco en los vuestros. Y eso tiene un valor incalculable. Imborrable.
Recuerdo aquellas viejas porterías de madera en aquel recién inaugurado frontón. Nuestro último baño en la maltrecha piscina de abajo y nuestro primer chapuzón en la nueva. Recuerdo las moras que recolectábamos por el camino que llegaba al valle y la cantidad de azúcar que echábamos como condimento. Aquellos primeros botellones. Las frías tardes de invierno intentando entrar en calor. Las primeras noches por Valencia de Don Juan intentando engañar al reloj. Aquel verano en que me hice mayor y aquel otro en que los sapos nunca bailaron flamenco. Recuerdo aquella misteriosa rubia que Xuanan buscaba por Las Pérgolas y que nunca más volvimos a ver. El primer agosto que Posi estuvo en Matanza. Todas las veces que Vituky y yo nos enfadábamos por el amor de una chica. El cambio radical de la noche a la mañana de Dani a Pelón. Las increíbles historias que nos ha regalado Javi año tras año. La timidez y dulzura de nuestra querida "francesa", Jara. La sonrisa de Mercedes. Recuerdo el verano que Aly y Marta se unieron a nosotros para darle más vida al grupo. La infinita simpatía de Lara. Los bailes de Anytta. El humor socarrón y buen corazón de Manuel y Floren. La manera que tenía Miguel de hacerme reír cuando yo solo era un canijo. Recuerdo el chiringo de Jose María. Las locas ideas de Pedro. Los bailes con Iñaki y su contagiosa sonrisa... No sé, ese tipo de cosas. Pequeños detalles que jamás se perderán en el tiempo. Detalles ínfimos que dan sentido a la vida.
No, no todo está perdido.
"He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir..."
Brillante actuación pero debo discrepar. Totalmente. No todo está perdido. Nos queda la memoria. Los recuerdos imborrables. Alguien dijo alguna vez que "un hombre nunca estará solo si en su mente habitan buenos recuerdos". Matanza de los Oteros es para mí, además de mi pequeño paraíso, un almacén de historias. Como ese desván donde apilas cosas y cosas de las que nunca te quieres desprender. Como ese baúl donde guardas con cariño y nostalgia la última carta que ella te escribió, una vieja foto con tus amigos añejos cuando aún quedaban retazos de inocencia o aquella pinza del pelo que un día ella te regaló. En cada rincón de mi pueblo encuentro un retal de mi pasado, un trocito de mi vida. No, no todo está perdido. Puede que aquel buen ambiente de antaño ya no exista. Puede que la ilusión se haya ido de la mano de la cordialidad y fraternidad. Puede que los necios insistan en politizar todo. Puede que el ansia de poder envenene el ambiente. Puede ser. Pero lo que nunca podrán quitarnos son los recuerdos. Porque son nuestros. Muy nuestros. Solo nuestros. Recuerdos de una época en que fuimos libres, grandes... ¡eternos!. Aquella época en la que a los niños le gustaban las niñas y en la que jugábamos a fútbol día y noche. Todo lo que hemos vivido nos ha unido para siempre.
Cada uno tiene sus recuerdos. Puede que los tuyos sean distintos a los míos. O no. Quien sabe. Eso es lo de menos. ¿Sabéis que es lo mejor de todo? ¿Lo que realmente importa? Que cada uno de vosotros aparecéis en los míos. Que todos aparecen en los de todos. Que yo aparezco en los vuestros. Y eso tiene un valor incalculable. Imborrable.
Recuerdo aquellas viejas porterías de madera en aquel recién inaugurado frontón. Nuestro último baño en la maltrecha piscina de abajo y nuestro primer chapuzón en la nueva. Recuerdo las moras que recolectábamos por el camino que llegaba al valle y la cantidad de azúcar que echábamos como condimento. Aquellos primeros botellones. Las frías tardes de invierno intentando entrar en calor. Las primeras noches por Valencia de Don Juan intentando engañar al reloj. Aquel verano en que me hice mayor y aquel otro en que los sapos nunca bailaron flamenco. Recuerdo aquella misteriosa rubia que Xuanan buscaba por Las Pérgolas y que nunca más volvimos a ver. El primer agosto que Posi estuvo en Matanza. Todas las veces que Vituky y yo nos enfadábamos por el amor de una chica. El cambio radical de la noche a la mañana de Dani a Pelón. Las increíbles historias que nos ha regalado Javi año tras año. La timidez y dulzura de nuestra querida "francesa", Jara. La sonrisa de Mercedes. Recuerdo el verano que Aly y Marta se unieron a nosotros para darle más vida al grupo. La infinita simpatía de Lara. Los bailes de Anytta. El humor socarrón y buen corazón de Manuel y Floren. La manera que tenía Miguel de hacerme reír cuando yo solo era un canijo. Recuerdo el chiringo de Jose María. Las locas ideas de Pedro. Los bailes con Iñaki y su contagiosa sonrisa... No sé, ese tipo de cosas. Pequeños detalles que jamás se perderán en el tiempo. Detalles ínfimos que dan sentido a la vida.
No, no todo está perdido.