Mi cuerpo conoce a la perfección el camino. Siempre sabe cuándo despertarme del sueño para no pasar de largo mi parada. Hoy, sin embargo, no quiero dormirme. Hace un par de horas una chica de instituto me ha tratado de usted. Yo estaba compartiendo conversación y penas con Lolovic en el café DaVinci y las palabras exactas fueron: "Disculpe señor, ¿esta silla está ocupada?". Dudo que el motivo fuera mi aspecto adulto, más bien me inclino por pensar que se trataba de una niña muy educada, de esas que llevan los buenos modales hasta el extremo. En cualquier caso, sus palabras causaron en mí cierta pesadumbre. Es por eso que ahora busco el desahogo de un folio en blanco. Aquí y ahora. Sentado en este autobús en el que llevo encerrado más de siete años. No es lamento. Cada uno tiene lo que se merece. No es remordimiento. Hace años tomé una decisión y lucho para que ésta por fin tenga sentido. No es arrepentimiento. Arrepentirse es reconocer al mundo que has malgastado tiempo de vida. No es autocompasión. No es llanto ni quejido. Es… cansancio. Físico pero sobre todo mental. Estoy cansado de escuchar tonterías de bocas ajenas que no saben de qué hablan. Y también de "escuchar" las que no llegan a mis oídos. A veces uno puede llegar a adivinar las palabras que se clavan en la espalda. Esas palabras que duelen sin ser oídas. Pero hace tiempo comprendí que si no quieres quedarte solo, es mejor no abrir la boca y dejar que la vida siga su curso. Mejor callarse ciertas cosas y admitir que nada ni nadie es perfecto. Ni siquiera el calor de una madre. Ni siquiera un beso en un atardecer. Al fin y al cabo la belleza reside en las imperfecciones. No hay más verdad que esa. Y no la hay porque el amor nace de la virtud y crece con el defecto. No creo en el amor a primera vista. No creo en medias naranjas. No creo en ángeles que disparan flechas. Creo firmemente que amar a una persona no es más que descubrir sus defectos y admitirlos. Quererlos. Hacerlos propios. Incluso extrañarlos. Las manías, vicios y miedos de familiares, amigos y mujeres son para mí lo que convierte a cada uno de ellos en seres especiales, únicos.
Volviendo al autobús… me pregunto si seré el único que contempla por la ventanilla los infinitos rostros que habitan en los coches al otro lado del cristal. Es una manía personal. Una de tantas. Sentarme siempre en la parte de atrás es otra. Hay quien dice que en caso de accidente los viajeros de la cola tienen más probabilidades de no contarlo. Quién sabe. Lo cierto es que mi tendencia se debe simplemente a cierto odio a ser observado. No soporto saber que hay ojos clavados en mi nuca. En las aulas, me ocurre lo mismo. Prefiero ver que ser visto. Confieso que lo que más me llama la atención son los coches ocupados por dos personas con la mirada de ambos fija en el horizonte mientras esperan a que cambie la luz del semáforo. Solo eso. Ni una sola palabra es pronunciada. Quizás un simple "¿qué tal el día de trabajo?" que obtiene por respuesta un frío "ptsé, como siempre". Parece que conversan pero la mente de ambos está cada una en un lugar distinto y lejano. Muy lejano. Después de tantos años, la rutina acaba haciendo mella en los corazones. Hay coches llenos de carcajadas, música y cánticos. Los hay con mareos, discusiones y lágrimas. Hay quién va solo y tamborilea el volante con sus dedos al son de una canción. Hay quien fuma pensativo con la ventanilla bajada. Hay de todo. Sin faltar el clásico conductor que se hurga la nariz con mucho afán en busca de algún tesoro convencido de que nadie le observa porque todo el mundo está demasiado ocupado cantando, fumando, discutiendo o callando. Al fin y al cabo se trata de un universo de historias esperando a que el semáforo se ponga verde. Una por cada rostro, por cada mirada. Nadie sabe que son observados por mí. Nadie excepto esas mujeres, como decía el abuelo de Pérez-Reverte, "de bandera" cuyo instinto femenino les dice que siempre hay algún iluso mirándolas embobado.
Me pregunto si a mí también me observa alguien cuando se cambian los papeles y soy yo el que está dentro de un coche.